La muerte, para muchos representa algo más que el fin de la vida, piensan que conlleva dolor y agonía. Sin importar la manera de hacerlo, nadie quiere morir.
Desde la Gracia antigua, la muerte ha sido tema de discusión, ¿qué ocurre cuando se nos va el último soplo de vida?, si es que ocurre algo aparte del cese de las funciones orgánicas. En aquella época la connotación de muerte se refiere más a una cuestión espiritual que biológica.
Para Homero, el hombre habita solamente en esta tierra, y el alma como fuente de vida, después de la muerte, ingresa en un mundo inferior donde pierde la conciencia. Mientras que para la tradición órfica, existe un cosmos divino del cual se separa el alma para entrar en el cuerpo, donde habita por algún tiempo para después regresar al cosmos.
Platón plantea que el hombre es un alma inmortal que gobierna un cuerpo, así, lo que muere es este cuerpo que está hecho de otra materia. Cuando esto ocurre, el alma se libera y se prepara para una nueva reencarnación. En cambio, los médicos de la escuela de Hipócrates, encaminados a cuidar del cuerpo, no otorgan gran relevancia al alma y se centran en las dolencias corpóreas, dejando a un lado la idea de muerte espiritual.
Actualmente la medicina forense define la muerte como la abolición irreversible o permanente de las funciones vitales del organismo. En una percepción biológica, la muerte es causada por alteraciones estructurales y funcionales del organismo.
Entre la lista de causas de decesos las enfermedades representan una situación curiosa. Ante el riesgo de muerte, la persona enferma busca una esperanza que aligere su miedo al deceso; en consecuencia tiene una búsqueda religiosa y/o espiritual. Lo espiritual engloba aquellos cuestionamientos que buscan un significado del estilo de vida que se ha tenido, del por qué se está ahora en esa situación, de qué sentido tendría seguir viviendo, etc. Lo religioso se refiere a la expresión de lo espiritual, es decir, rellenar ese “vacío” que generan los cuestionamientos a través de ideales colectivos.
En esa búsqueda, se pueden generar síntomas de angustia espiritual: sensación de vacío, desesperanza, pérdida de fe, ira contra Dios, sentimientos de culpa, vergüenza o soledad. Esto también se presenta con frecuencia en personas ancianas, quienes hacen una valoración de lo que ha sido su vida, sus acciones, cuánto lograron de lo que se propusieron, cuánto han ganado o perdido; en función de la satisfacción que sientan con lo que realizaron hasta ese momento, tendrán una aceptación de su propia muerte.
La llegada de una cura al enfermo puede ser interpretada como una nueva oportunidad de vivir, y una motivación para ser mejores que antes. Como dijo Carlos Cano (1995): “no hay nada que acerque más a la vida que rozar las alas negras de la muerte”.
La gran mayoría tenemos la esperanza de un nuevo comenzar acompañado de quienes partieron antes de nosotros y encontramos una relativa calma en la fe, en aquella noción platónica de la muerte.
En nuestros días, la muerte sólo es vista como algo dulce y bienvenido si es “en silencio y sin agonía”, sin que genere pesares a los que nos rodean. Sin embargo, es difícil prepararse para la muerte de quienes queremos sin que haya de por medio la idea de que es por el bienestar de quien parte.
Sin importar lo que esperemos después del “sinvivir”, la única constancia que tenemos de la vida es que es temporal y finita, nos abocamos a hacer y deshacer contra reloj. Pese a la incertidumbre que sentimos ante lo desconocido, la muerte se va haciendo nuestra cada vez que perdemos a alguien, y es de acuerdo a cómo aprendemos a afrontar tales pérdidas que vamos preparándonos para nuestra propia muerte.
Desde la Gracia antigua, la muerte ha sido tema de discusión, ¿qué ocurre cuando se nos va el último soplo de vida?, si es que ocurre algo aparte del cese de las funciones orgánicas. En aquella época la connotación de muerte se refiere más a una cuestión espiritual que biológica.
Para Homero, el hombre habita solamente en esta tierra, y el alma como fuente de vida, después de la muerte, ingresa en un mundo inferior donde pierde la conciencia. Mientras que para la tradición órfica, existe un cosmos divino del cual se separa el alma para entrar en el cuerpo, donde habita por algún tiempo para después regresar al cosmos.
Platón plantea que el hombre es un alma inmortal que gobierna un cuerpo, así, lo que muere es este cuerpo que está hecho de otra materia. Cuando esto ocurre, el alma se libera y se prepara para una nueva reencarnación. En cambio, los médicos de la escuela de Hipócrates, encaminados a cuidar del cuerpo, no otorgan gran relevancia al alma y se centran en las dolencias corpóreas, dejando a un lado la idea de muerte espiritual.
Actualmente la medicina forense define la muerte como la abolición irreversible o permanente de las funciones vitales del organismo. En una percepción biológica, la muerte es causada por alteraciones estructurales y funcionales del organismo.
Entre la lista de causas de decesos las enfermedades representan una situación curiosa. Ante el riesgo de muerte, la persona enferma busca una esperanza que aligere su miedo al deceso; en consecuencia tiene una búsqueda religiosa y/o espiritual. Lo espiritual engloba aquellos cuestionamientos que buscan un significado del estilo de vida que se ha tenido, del por qué se está ahora en esa situación, de qué sentido tendría seguir viviendo, etc. Lo religioso se refiere a la expresión de lo espiritual, es decir, rellenar ese “vacío” que generan los cuestionamientos a través de ideales colectivos.
En esa búsqueda, se pueden generar síntomas de angustia espiritual: sensación de vacío, desesperanza, pérdida de fe, ira contra Dios, sentimientos de culpa, vergüenza o soledad. Esto también se presenta con frecuencia en personas ancianas, quienes hacen una valoración de lo que ha sido su vida, sus acciones, cuánto lograron de lo que se propusieron, cuánto han ganado o perdido; en función de la satisfacción que sientan con lo que realizaron hasta ese momento, tendrán una aceptación de su propia muerte.
La llegada de una cura al enfermo puede ser interpretada como una nueva oportunidad de vivir, y una motivación para ser mejores que antes. Como dijo Carlos Cano (1995): “no hay nada que acerque más a la vida que rozar las alas negras de la muerte”.
La gran mayoría tenemos la esperanza de un nuevo comenzar acompañado de quienes partieron antes de nosotros y encontramos una relativa calma en la fe, en aquella noción platónica de la muerte.
En nuestros días, la muerte sólo es vista como algo dulce y bienvenido si es “en silencio y sin agonía”, sin que genere pesares a los que nos rodean. Sin embargo, es difícil prepararse para la muerte de quienes queremos sin que haya de por medio la idea de que es por el bienestar de quien parte.
Sin importar lo que esperemos después del “sinvivir”, la única constancia que tenemos de la vida es que es temporal y finita, nos abocamos a hacer y deshacer contra reloj. Pese a la incertidumbre que sentimos ante lo desconocido, la muerte se va haciendo nuestra cada vez que perdemos a alguien, y es de acuerdo a cómo aprendemos a afrontar tales pérdidas que vamos preparándonos para nuestra propia muerte.
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