Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo:

hay tiempo de nacer y tiempo para morir.

lunes, 31 de mayo de 2010

La muerte propia

Cielo claro.
Por el camino por el que vine
vuelvo.


Reconfortable es vernos rodeados de personas mayores que sepan orientarnos pero un día nos damos cuenta de que los mayores ya no están, porque ahora nosotros somos los mayores.
Es entendible que una de las experiencias más desafiantes para la condición humana sea adaptarse a la soledad, pues se asocia con sentimientos de separación, aislamiento, perdida de contacto y abandono, para algunos la idea de estár solos evoca sentimientos de angustia, desesperación, desolación, pánico o terror, por esto continuamente están buscando y deseando estár cerca de otros, como resultado de esto, se llega a pensar que necesitamos a los demás para completarnos e integrarnos, pero la realidad de la condición humana es que siempre estamos esencialmente solos, pues la vida, al igual que la muerte es una experiencia individual e intima y nadie más puede vivir o morir por nosotros pues incluso con los seres queridos a su alrededor, una persona se desliza sola de la vida conocida a lo desconocido y no puede regresar y hablar al respecto con los demás; no puede llevar a nadie consigo, ya que sabemos que cuando morimos no podemos seguir compartiendo la vida de aquellos a quienes queremos.

Morir es un acontecimiento futuro y de manera general se cree que el morir está reservado al otro, a un extraño pero cuando su presentación emerge despierta más miedo que ninguna otra circunstancia de la vida, Iosu Cabodevilla (1999) menciona que en el miedo a la muerte reconocemos la angustia fundamenta del ser humano “un ser destinado a la muerte”, en muchas ocasiones el hombre intenta negar aquella realidad de su existencia, desarrollando mecanismos de defensa que le protejan durante el proceso de muerte (negación, ira, negociación, depresión, aceptación), generalmente más observables en personas desaseadas y ancianos.

La negación es un mecanismo frente a la angustia que permite a la persona vivir como si la muerte no tuviese nada que ver con él, en la vida cotidiana es frecuente encontrar a hombres y mujeres de media edad que buscan febrilmente la unión con seres mucho más jóvenes, el rechazo por la vejez no solamente se explica por causas estéticas que ponen a determinada persona fuera del circuito de deseo de lo joven; las señales de vejez apuntan en dirección a un cuerpo profundamente repelente, temido, causa de espanto. En lo viejo asoman los indicios tempranos de la futura descomposición, en una suerte de preaviso de la podredumbre futura del cuerpo.

La rabia, se hace presente una vez que la negación se ha extinguido, es frecuente que las personas se muestren irritadas, agresivas y llenos de ira, mantiene una actitud de molestia por todo y se enfada fácilmente, en general la rabia suele dirigirse contra aquellos que están más cerca, es decir los seres queridos. Es común esta actitud en enfermos terminales y la irritación es frecuentemente resultado de su frustración que puede deberse a la impotencia que sienten por haber perdido el control de las cosas, el resentimiento surgido de ver como sigue adelante la vida de los otros, con el futuro lleno de oportunidades que se les niega a ellos y el miedo a la incertidumbre del “más allá” o de cómo es el morir.

La fase de negociación es en la que persona parece intranquila y trata de conseguir una especie de aplazamiento de la muerte mediante una negociación con una instancia superior (Dios). Es el momento del “si me curo…”, “Solo quiero terminar esto…” “prometo que…”, “hasta que mis hijos…”. Detrás de la negociación se puede esconder una mentalidad mágica, como cuando los niños quieren prolongar su juego antes de ir a la cama, los adultos, en ocasiones también, tratamos de postergar lo inevitable mediante promesas y compromisos que pasan desapercibidos para la mayoría de las personas.

En la depresión las personas necesitan tiempo y espacio para estár con ellas mismas y prepararse, es posible que sea la fase más emotiva de todo el proceso de muerte pues en ella se hace presente el dolor de la separación definitiva, de lo que ya no va a volver, es el momento de resolver asuntos pendientes, de la expresión de emociones y de despedidas.

Algunos de los mecanismos son efectivos otros no logran ni una escapatoria exitosa, ni una resignación reconfortable y nos esforzamos por adherirnos y aferrarnos a otros en la vida. Por eso, al enfrentar la muerte propia, es importante comprender que el estar sólo y la soledad no son lo mismo, la muerte es el único hecho al cual estamos seguros que deberemos responder en algún momento de nuestra vida.

Los pensamientos sobre nuestra propia muerte nos obliga a confrontar nuestra soledad, así pues, podemos enfrentar la perspectiva con espanto y desesperación o podemos empezar a darnos cuesta de que somos capaces de ocuparnos de nosotros mismos. La mayoría de las personas mueren en la forma en que vivieron. Si la persona ha seguido el patrón de ignorar las experiencias desagradables, pretendiendo que no sucedieron, lo más probable es que conducirá al mismo modo sobre su muerte. Si una persona ha sido explosiva y expresa su enojo con espontaneidad, su reacción será similar cuando perciba su incipiente muerte. Si una persona ha sido abierta y a estado siempre dispuesta a hablar de sus sentimientos, lo más probable es que maneje el proceso de morir con la misma actitud.

Es importante mencionar que se necesita valor para enfrentar nuestras emociones básicas al desnudo, para permitir salir a la superficie la angustia y la desesperación, para afrontar las fuentes de nuestra resistencia. Sin embargo, si afrontamos adecuadamente estos temores, nuestra propia muerte será más fácil.

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