De acuerdo con Castro (2007), de los 9 a los 12 años los niños ya perciben la muerte como un proceso irreversible y universal, incluso que ellos mismos pueden enfrentar su mortalidad a través de la enfermedad, los accidentes, etc. Niños menores a este rango de edad podrían no identificar que una persona que ha muerto ya no volverá, por lo que es conveniente saber qué responderles cuando pregunten ¿qué es la muerte?.
Es recomendable darnos el tiempo para hablar de la muerte a nuestros hijos desde temprana edad, antes de que tengan que pasar por la pérdida de un ser querido. Generalmente, una de las primeras pérdidas que enfrentan es la de una mascota muy querida.
Al hablar a nuestros hijos de la muerte debemos considerar 10 puntos:
1.- Tenemos que organizar nuestros argumentos y distribuirlos en más de una conversación, para que el niño comprenda de lo que se le habla. No hay que saturarlo de información en una sola plática.
2.- Debemos tener cuidado en no involucrar nuestras creencias religiosas con la manera de hablar de la muerte a nuestros hijos; es más confuso hablar de cuestiones espirituales que de procesos biológicos. Castro (2007) señala que, cuando le decimos a los niños que quien ha muerto vive ahora con Dios, corremos el riesgo de confundirlos, e incluso generar en ellos un deseo de ir a vivir con Dios para estar cerca de quien murió.
3.- En la vida además de la muerte hay otras separaciones, como cuando los hijos crecen y viven solos para formar su propia familia, por ello es recomendable hablar de separación antes de hablar de muerte; principalmente como padres, tenemos que señalar que mientras estemos vivos las distancias no terminan con el cariño que sentimos por ellos, que siempre recibirán nuestro apoyo y tendrán nuestra confianza, esperándolos siempre con los brazos abiertos. La única separación irreversible es la muerte.
4.- Hay que dejar claro que la muerte es un proceso biológico, todo ser que nace morirá algún día. Los animales, las plantas y las personas mueren porque es parte de la naturaleza. Una persona que muere no respira, no se mueve, no siente. No es capaz de responder cuando le llamamos. Es necesario marcarles la diferencia entre dormir y morir: alguien que duerme sí respira y se mueve, además de que es capaz de sentir y responder a nuestro llamado; si no se menciona esta diferencia es posible que los niños se confundan y sientan miedo al irse a dormir. Nunca debe decirse que alguien que murió se quedó dormido, ni que se fue a un largo viaje.
5.- Digámosles que no solo los ancianos y las personas muy muy enfermas mueren, que solamente las enfermedades que son muy muy fuertes y que les da a poca gente, pueden ocasionar la muerte; que por ello debemos cuidarnos mucho y evitar accidentes. Además debemos expresar que: “a veces los doctores pueden ayudarnos a sanar, ellos hacen todo lo posible, pero cuando ya no se puede curar el cuerpo una persona muere”.
6.- Antes de los seis años, los niños no pueden concretar una idea de la muerte, por lo que se les puede decir solamente que quien murió “descansará y ya no regresará”. Explicándoles que ya no puede respirar, hablar, sentir, ver, oír, oler, ni moverse.
7.- Toda vez que sea posible hay que ejemplificar con situaciones fáciles de entender, una buena manera de iniciar es con mascotas, pero debemos hacerlo también con personas cercanas; indicando que lo que se ejemplifica no ocurre ahora, pero sí sucederá algún día, como “el abuelo algún día morirá, como todos, dejará de respirar, de moverse, ya no nos podrá hablar, pero su cuerpo descansará…”.
8.- ¿Qué pasa con quien murió? Lo más conveniente es decir a los niños que de todo ser que muere quedan los recuerdos: lo que vivimos con ellos, sus imágenes (fotos, videos) y lo que nos enseñaron. Quien muere ya no volverá, pero sigue siendo parte de nosotros, de nuestra familia (si es el caso). Lo más importante es que lo recordemos con cariño y aprovechemos lo que nos enseñó en vida. Si se decide hablarles del alma, hay que cuidar las expresiones a fin de que el niño no la busque en un lugar físico y concreto, temiendo su aparición.
9.- Hay que dejarles claro que el dolor no implica muerte, ni que la muerte es dolora por sí misma. Existen diversas causas para morir pero morir es dejar de sentir, incluso el dolor. Las enfermedades y los accidentes generan dolor pero no siempre son causa de muerte.
10.- Hay que mostrar disposición física y emocional para responder todas sus dudas, y si es necesario, repetir información que el niño haya olvidado.
Para facilitar nuestras conversaciones con los hijos, podemos recurrir a juegos y cuentos, particularmente para esta temática se recomienda el libro ilustrado: “¿Dónde está el abuelo?” de Cortina, Mar y Pueguero, Amparo. Editorial: Tàndem Edicions. En este libro una niña se pregunta por qué desde hace días no ve a su abuelo, pregunta a su madre, a su padre, a su abuela por qué el abuelo no está, obteniendo diversas respuestas.
Es recomendable darnos el tiempo para hablar de la muerte a nuestros hijos desde temprana edad, antes de que tengan que pasar por la pérdida de un ser querido. Generalmente, una de las primeras pérdidas que enfrentan es la de una mascota muy querida.
Al hablar a nuestros hijos de la muerte debemos considerar 10 puntos:
1.- Tenemos que organizar nuestros argumentos y distribuirlos en más de una conversación, para que el niño comprenda de lo que se le habla. No hay que saturarlo de información en una sola plática.
2.- Debemos tener cuidado en no involucrar nuestras creencias religiosas con la manera de hablar de la muerte a nuestros hijos; es más confuso hablar de cuestiones espirituales que de procesos biológicos. Castro (2007) señala que, cuando le decimos a los niños que quien ha muerto vive ahora con Dios, corremos el riesgo de confundirlos, e incluso generar en ellos un deseo de ir a vivir con Dios para estar cerca de quien murió.
3.- En la vida además de la muerte hay otras separaciones, como cuando los hijos crecen y viven solos para formar su propia familia, por ello es recomendable hablar de separación antes de hablar de muerte; principalmente como padres, tenemos que señalar que mientras estemos vivos las distancias no terminan con el cariño que sentimos por ellos, que siempre recibirán nuestro apoyo y tendrán nuestra confianza, esperándolos siempre con los brazos abiertos. La única separación irreversible es la muerte.
4.- Hay que dejar claro que la muerte es un proceso biológico, todo ser que nace morirá algún día. Los animales, las plantas y las personas mueren porque es parte de la naturaleza. Una persona que muere no respira, no se mueve, no siente. No es capaz de responder cuando le llamamos. Es necesario marcarles la diferencia entre dormir y morir: alguien que duerme sí respira y se mueve, además de que es capaz de sentir y responder a nuestro llamado; si no se menciona esta diferencia es posible que los niños se confundan y sientan miedo al irse a dormir. Nunca debe decirse que alguien que murió se quedó dormido, ni que se fue a un largo viaje.
5.- Digámosles que no solo los ancianos y las personas muy muy enfermas mueren, que solamente las enfermedades que son muy muy fuertes y que les da a poca gente, pueden ocasionar la muerte; que por ello debemos cuidarnos mucho y evitar accidentes. Además debemos expresar que: “a veces los doctores pueden ayudarnos a sanar, ellos hacen todo lo posible, pero cuando ya no se puede curar el cuerpo una persona muere”.
6.- Antes de los seis años, los niños no pueden concretar una idea de la muerte, por lo que se les puede decir solamente que quien murió “descansará y ya no regresará”. Explicándoles que ya no puede respirar, hablar, sentir, ver, oír, oler, ni moverse.
7.- Toda vez que sea posible hay que ejemplificar con situaciones fáciles de entender, una buena manera de iniciar es con mascotas, pero debemos hacerlo también con personas cercanas; indicando que lo que se ejemplifica no ocurre ahora, pero sí sucederá algún día, como “el abuelo algún día morirá, como todos, dejará de respirar, de moverse, ya no nos podrá hablar, pero su cuerpo descansará…”.
8.- ¿Qué pasa con quien murió? Lo más conveniente es decir a los niños que de todo ser que muere quedan los recuerdos: lo que vivimos con ellos, sus imágenes (fotos, videos) y lo que nos enseñaron. Quien muere ya no volverá, pero sigue siendo parte de nosotros, de nuestra familia (si es el caso). Lo más importante es que lo recordemos con cariño y aprovechemos lo que nos enseñó en vida. Si se decide hablarles del alma, hay que cuidar las expresiones a fin de que el niño no la busque en un lugar físico y concreto, temiendo su aparición.
9.- Hay que dejarles claro que el dolor no implica muerte, ni que la muerte es dolora por sí misma. Existen diversas causas para morir pero morir es dejar de sentir, incluso el dolor. Las enfermedades y los accidentes generan dolor pero no siempre son causa de muerte.
10.- Hay que mostrar disposición física y emocional para responder todas sus dudas, y si es necesario, repetir información que el niño haya olvidado.
Para facilitar nuestras conversaciones con los hijos, podemos recurrir a juegos y cuentos, particularmente para esta temática se recomienda el libro ilustrado: “¿Dónde está el abuelo?” de Cortina, Mar y Pueguero, Amparo. Editorial: Tàndem Edicions. En este libro una niña se pregunta por qué desde hace días no ve a su abuelo, pregunta a su madre, a su padre, a su abuela por qué el abuelo no está, obteniendo diversas respuestas.
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